mercoledì 22 agosto 2012

Capitulo 4




Las reducidas dimensiones de la ermita le permitieron ver a la perfección al hombre que la esperaba ante el altar. Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo, en el instante que sus miradas se encontraron.

¿Por qué cada vez que lo tenía ante ella sentía aquel desasosiego?
Algo que emanaba de él le hacía aparecer amenazante y peligroso ante sus ojos. No acertaba a discernir si era su gran estatura, su poderoso cuerpo o la penetrante mirada de aquellos ojos oscuros como la noche.
Agitada, desvió la mirada, momento que aprovechó para observar a los presentes, tratando de localizar a su amor, a Gastón.

No estaba, Gastón no estaba en la iglesia.
Mil ideas comenzaron a rondar su cabeza, a cada cual más disparatada. Finalmente volvió la vista hacia su futuro esposo y como si él pudiera leer sus pensamientos esbozó una sonrisa torcida que le heló la sangre en las venas.

Mariana alzó la barbilla negándose a exteriorizar el temor que el gesto arrogante de Peter provocaba en ella. Trató de mantener la mirada firme en el rostro de su prometido para evitar mostrar la inquietud que la invadía. El cabello de éste, negro como una noche sin luna y sus profundos ojos verdes, parecían refulgir y a su pesar Mariana tuvo que admitir que su futuro esposo poseía un atractivo difícil de ignorar. “Su futuro esposo”, y al pensar que ese hombre imponente e implacable en breve tendría su vida en sus manos sintió un escalofrío. En ese momento Peter tendió su mano hacia ella y Mariana, sabiendo que no podía hacer otra cosa, subió los tres escalones que la separaban del altar.

Como en un sueño, repitió las palabras que el cura iba diciendo y que la unían irremediablemente a Peter para el resto de su vida. Éste permanecía serio y tranquilo a su lado y su voz, profunda y ronca, parecía reverberar entre las paredes de piedra de la vieja ermita. Justo antes de pronunciar el “si quiero”, Mariana buscó con la mirada entre la multitud, deseando ver aparecer a Gastón y que éste la rescatara como sucedía en las historias que tanto le gustaba leer. Pero Gastón seguía sin aparecer y, sin poder reprimir un suspiro, Inés se entregó a un destino que otros habían marcado para ella.

Tras finalizar las palabras rituales, Peter se volvió hacia ella con un brillo de triunfo en la mirada y al agarrarla con firmeza del brazo para ayudarla a bajar los escalones que separaban el altar del pasillo que debían recorrer, Mariana no pudo evitar un leve gesto tratando de desasirse, pues justo en ese mismo lugar Don Nico la había agarrado con ferocidad, haciendo que un feo hematoma coloreara la suave piel de su brazo.
Peter se envaró al notar el gesto y agachándose hasta tocar con su cálido aliento la oreja de la joven, murmuró:
- Ahora eres mía y cuanto antes lo aceptes será mejor para ti.

Tras oír estas palabras Mariana ahogó un jadeo y entonces Peter, apretando los labios la instó a caminar a su lado mientras la joven luchaba por reprimir las amargas lágrimas que deseaba derramar.
El resto de la celebración pasó como en un sueño; su padrastro bebía y reía, sin ninguna duda se sentía feliz por haberse salido con la suya.

Por su parte Peter permanecía serio junto a ella, presidiendo la enorme mesa de caoba en la que los criados servían un manjar tras otro, aunque cada vez que algún invitado se acercaba a felicitarlos respondía con una sonrisa y estrechaba la mano de Mariana, como si realmente se sintiera muy satisfecho con esa boda.

Mariana por su parte no podía fingir ningún tipo de alegría. Permanecía con semblante circunspecto y apenas había probado bocado, sólo sus ojos se movían frenéticamente por la sala, tratando de toparse con los ojos azules de Gastón, pero parecía que a éste se lo hubiese tragado la tierra.
En ese momento Peter se inclinó hacia ella y murmuró, con la voz teñida por la cólera:
- Al menos trata de fingir que este matrimonio te alegra.

- ¡Es que no me alegra!- contestó Mariana indignada - ¡Y tú lo sabes!

- Lo único que sé es que ya está hecho y si piensas que voy a permitir ser el hazmerreir de todo el mundo es que no me conoces.- Agarrándola con fuerza de la mano añadió: - ahora sonríe y deja de vigilar el regreso de mi hermano.

- ¡¡Te odio!! - exclamó ella con vehemencia, notando con un sentimiento de humillación como sus ojos se humedecían.

- Tú limítate a serme fiel y a darme hijos, lo que sienta tu corazón me es indiferente - y Mariana, sumida en su propia desesperación, no pudo captar los celos y el dolor que la voz de Peter dejaban traslucir. 

-¿Y dónde está Gastón? ¿Lo tienes encerrado? – preguntó Mariana fingiendo una enorme sonrisa a nadie en particular.


Continuará…

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