martedì 14 agosto 2012

Capitulo 1




1816, en algún lugar de la meseta española.

Mariana Espósito miraba por la ventana de su alcoba, ausente. Las tierras volvían a cultivarse, después de tres años de abandono por la invasión de los franceses, y pronto comenzaría la cosecha. La finca estaba más hermosa que nunca, pero ni los campos de amapolas, que teñían el horizonte de rojo, podían levantarle el ánimo.
Al día siguiente se casaría con Juan Pedro, marqués de Lanzani y vecino de su familia.

El matrimonio había sido concertado dos meses atrás entre su padrastro don Nico, y el marqués, y desde entonces Mariana había realizado tres intentos de huida, pero las tres veces había sido capturada y devuelta a las garras de su cruel tutor. En esa ocasión, en cambio, el correctivo lo había recibido su madre, y no ella. Don Nico castigaba cruelmente la desobediencia, y había recibido sendas palizas en sus intentos anteriores. Pero esa vez, pensando suponía Mariana en que no fuera marcada a su boda, donde todos podrían verla y daría que hablar, don Nico había golpeado a su madre en su presencia.

Una lágrima rebelde escapó de sus ojos verdes, pero ella la apartó impotente de un manotazo, odiándose por no poder cambiar su sino. Si ella fuera hombre podría retar a duelo a su padrastro, podría negarse a un matrimonio forzoso… si Mariana fuera hombre sería dueña de su destino. Pero era inútil lamentarse por lo que no podía ser. Era una mujer, y a la mañana siguiente se casaría con Peter Lanzani, quisiera ella o no.

El rostro, eternamente serio, de su prometido se cruzó en su mente, y la invadió la desesperación. Conocía a Peter desde niña, pero con quien había entablado amistad era con su hermano menor, Gastón, más próximo a su edad, y de quien estaba enamorada desde siempre. Si bien era cierto que Gastón no tenía la apostura de Peter, ni su fuerza de carácter, sí tenía un rostro amable y una tendencia a la serenidad que la apaciguaban. La vida con Gastón hubiera sido tranquila, en cambio con su despótico hermano sería… no sabía lo que sería, pero estaba convencida que sería exactamente lo que Peter quisiera que fuera. Tampoco estaba segura de cómo lograría soportar vivir bajo el mismo techo que Gastón siendo su cuñada. Él también sentía algo por ella, se lo había confesado una tarde, pero su amado nunca haría nada para enfrentarse a Peter. Todos parecían temerle.

¿Debía también ella temer a su esposo?

Resignada a su destino, se quitó las ropas que llevaba, se puso un camisón de fina batista y se metió en la cama, a sabiendas de que no lograría dormir.

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A escasos quince kilómetros de allí, el marqués de Lanzani, Juan Pedro, intentaba calmar su impaciencia sin éxito. Al día siguiente, por fin, Mariana Espósito sería suya para siempre. Sonrió, pero su sonrisa no se reflejó en sus ojos. Adoraba a aquella mocosa, y por fin podría reclamarla como propia. Sabía que debió hablar con ella sobre sus intenciones de matrimonio, y no con don Nico. Pero Mariana le hubiera rechazado de plano, pues parecía encandilada con Gastón. Y su orgullo, y tampoco su corazón si era sincero, hubieran podido soportar una negativa.

¿Sería un loco, por casarse con una mujer enamorada de su hermano?

Negó con la cabeza. No. Gastón no era para Mariana Espósito, y ella no tardaría en darse cuenta de la verdadera personalidad del hedonista de Gastón, una vez vivieran en la misma casa. Su Mariana necesitaba un hombre que la igualara en espíritu, y solo Peter podía controlar el carácter de la muchacha. Desde niña, Mariana había actuado casi como una salvaje, con su padre enfermo y su madre abocada a su cuidado.
Nadie había atendido de su educación con esmero, y la muchacha había correteado libre por el campo, haciendo todas las trastadas que se supone que deben hacer los chicos jóvenes, pero no una dama de alcurnia. Sólo él la había llamado al orden y hecho que se ruborizara por sus malos modales.

Lo que debía hacer a partir de entonces era ruborizarla con los malos actos de él.
Domaría a la fierecilla de ojos verdes y la enamoraría, aunque se dejara la vida en ello.

Brindó en silencio por su empresa.


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El día apenas comenzaba a despuntar cuando Emilia, la madre de Mariana, entró en el aposento descorriendo las tupidas cortinas, permitiendo que la mortecina luz del alba inundara la habitación.

-Mariana, cariño -susurró junto al lecho- es hora de comenzar a prepararte.
Mariana escondió la cabeza bajo las mantas, en un vano intento de olvidar lo que las palabras de su madre significaban.

-Arriba, no seas remolona -la regañó haciendo a un lado las cobijas.

-Diles que estoy enferma -farfulló tratando de cubrirse nuevamente con las ropas de la cama.

-No seas chiquilla.

El tono cansado de su madre la hizo desistir de su intento por permanecer en el lecho, alzó la mirada hacia el rostro pálido de su madre, que aún presentaba los rastros de la golpiza recibida por su causa.
El sentimiento de culpa volvió a instalarse en su pecho y un nudo de angustia atenazó su garganta.

-No te disgustes -dijo Emilia al ver la humedad que comenzaba a bañar sus ojos- Estaré bien -forzó una sonrisa- Ahora debes prepararte.

-Sí, madre -dijo suspirando resignada.

El agua caliente y perfumada con esencia de rosas tuvo un efecto relajante en sus tensos músculos. Aunque no así en su estado de ánimo, que continuaba decaído. Aún esperaba que un milagro la librara de aquel horrible enlace. La sola idea de imaginarse desposada con Peter la hacía estremecer. Si al menos Gastón tuviera el coraje de enfrentarse por una vez a su hermano... pero no, sabía que eso jamás sucedería.
Así y todo en su interior continuaba revelándose ante la idea de aquella unión concertada por su padrastro.

Se contempló ante el espejo y apenas sí se reconoció. Deslizó la mano sobre el suave encaje que se abría en la parte delantera, dejando entrever la delicada seda que conformaba la falda de su vestido de novia. Observó las estrechas mangas y el precioso escote en "v", que de forma discreta hacía resaltar su busto. Sin duda Don Nico no había escatimado en gastos. Jamás había sido tan espléndido en sus regalos, pero claro, la ocasión lo merecía, pensó Mariana con sorna.

-Estas bellísima, hija -exclamó Emilia emocionada al contemplar la imagen de la joven en el espejo.

-Sí -se limitó a contestar. No tenía sentido acongojar a su madre más de lo que ya estaba. Aunque no lo expresara en voz alta, ella sabía que tampoco aprobaba aquel enlace, pero su palabra tenía tanto valor como la de la misma Mariana en ese asunto. Así que dibujó una sonrisa en su cara y alzando la barbilla se dispuso a enfrentar su destino.

Continuará...

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Holaaaa! Que tal?
Acá tienen el primer capitulo. Les digo que esa es una ADAPTACION, la novela NO ES MIA. La escritora se llama Marcia Cotlan.
Espero que firmen, quisiera saber si les gusta o no!
Besos! :)

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