Gastón se había marchado encolerizado de su
casa, ¿qué podía hacer? Su querida Mariana se casaba y nada menos que con su
hermano mayor.
¿Cómo podía competir con él? Lo tenía todo; la apostura de
un lord, el encanto de un seductor y la fuerza e inteligencia de un rufián.
Mientras que él no había conseguido nada, no había terminado los estudios y no
sabía que iba a hacer con su vida. Sus escasos 22
años le pesaban como si llevara una cadena de plomo alrededor de su cuello.
Podría irse a Londres, hacía un año que Napoleón había
caído y las fronteras estaban abiertas a los viajeros. A lo mejor un cambio de
ciudad le sentaba bien.
Pero, ¿podría olvidarse de Mariana? Había vivido momentos
preciosos con ella, pero contra su hermano no podía hacer nada.
Lo único que le corroía las venas era el preguntarse porque
no le había hablado de sus intereses.
¿Por qué se quería casar con ella? Acaso la
amaba o era un matrimonio de pura conveniencia. Compadecía a Mariana, tendría
que aprender a vivir con su hermano.
Un hombre que levantaba pasiones allá donde iba, un hombre
que había seguido con los negocios de su padre de una manera fructífera, un
hombre que había conseguido todo lo que se había propuesto.
Y si…su mente bullía más allá de la razón.
Se iría todavía más lejos… surcaría los mares y conocería
otras tierras y otras culturas. Y se olvidaría de su cómoda vida.
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Antes de salir de su habitación tuvo un pensamiento, se
imaginaba a Gastón a lomos de un caballo. Venía a salvarla de las garras de su
hermano y la llevaba con él.
-Mariana, cariño vamos a llegar tarde.-la voz
de su madre la sacó del sueño de golpe.
No podía ser, Gastón era un hombre tranquilo
que no se arriesgaba. Vivía el día a día sin pensar en el futuro.
Se resignó a admitir que tenía que intentar soportar el día
como pudiera y seguir su vida al lado de ese hombre. En sus recuerdos lo veía
reprendiéndola por sus travesuras y más tarde lo veía levantando pasiones en
torno a las mujeres de los alrededores. Suspiró largamente antes de salir de su
alcoba.
Instalada en el carruaje que la llevaría
hasta la ermita dónde tendría lugar la ceremonia, Mariana contempló el rostro
complacido de Don Nico y prefirió apartar la mirada. Aún no lograba entender
como su madre se había casado con semejante monstruo.
Era cierto que tras la repentina muerte de su
padre, no habían quedado en muy buena posición, las deudas contraídas por su
progenitor las habían dejado a merced de los acreedores. En momentos tan
delicados, la aparición de Don Nico y su propuesta matrimonial fueron casi
providenciales y Emilia no había dudado en aceptar. Más pensando en el
bienestar de su hija que en el suyo propio. Lo que jamás hubiera podido
imaginar, era que el hombre con el que se desposaba era un tirano, déspota y
avaro que las tendría sometidas bajo castigos y amenazas.
¿Qué sería de su madre ahora que ella se
casaba?
El simple hecho de imaginarla sola en aquella
casa con ese hombre le erizaba la piel y la angustiaba. Lanzó una rápida mirada
hacia la mujer que la había traído al mundo, su rostro se veía serio y su
mirada permanecía perdida en algún punto del paisaje. Se suponía que para una
madre ese día tenía que ser tan especial como para ella misma, pero ninguna de
las dos se sentía feliz, ambas sabían las consecuencias que el enlace
acarrearía.
Sumida como estaba en sus pensamientos y preocupaciones, no
se había dado cuenta de que el carruaje se había detenido ante la iglesia. Fue
la voz desagradable y atronadora de Don Nico la que la hizo reaccionar.
-Muévete muchacha, no te quedes ahí pasmada
-la agarró del brazo y le dio un fuerte meneo- A veces pienso que lo único que
posees es belleza y que esa cabeza tuya está más hueca que una calabaza.
Mariana se mordió la lengua para no responder
al insulto, a la vez que tiraba del brazo para liberarlo de la garra que
comenzaba a clavarse en su carne.
Descendió sin ayuda alzando el primoroso vestido de una
manera muy poco ortodoxa a la vez que fulminaba con la mirada la espalda de su
padrastro, que ya se dirigía a la puerta del templo.
-No se lo tengas en cuenta cariño -susurró
Emilia tras ella.
-No sé como aún lo puedes defender, después
de...
La hizo callar antes de que continuara hablando y de que su
mal genio terminara de florecer. Sabía que Nico no montaría una escena en
público, pero las represalias podrían ser terribles si Mariana se dejaba llevar
por la cólera.
-Por favor
-suplicó- Dejemos las cosas como
están.
Movió la cabeza de forma negativa, sin lograr comprender el
porqué de la sumisión de su madre, pero no quería disgustarla y tras darle un
beso en la mejilla dijo:
-Está bien, terminemos con esto cuanto antes.
Sin esperar más se encaminó hacia el portón, donde Don Nico
la esperaba para entregarla a novio.
Continuará…
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