martedì 28 agosto 2012

Capitulo 10




-No lo sé madre -respondió Mariana con la vista clavada en la puerta por donde su esposo había salido- Pero no voy a permitir que os cause ningún problema.
Sin pensárselo dos veces salió tras él.

Si Peter hablaba con don Nico, estaba segura de que sería su madre la que terminaría pagando su falta y no podía permitirlo. Corrió por el pasillo escasamente iluminado, rezando para poder llegar antes de que fuera demasiado tarde.

-¡Peter! -casi gritó al comprobar que ya tenía la mano sobre el picaporte- Espera.

-Te dije que te prepararas para partir -dijo con la mandíbula apretada- ¿Nunca haces lo que se te ordena?

-No le digas a don Nico que he venido sin tu consentimiento -pidió, ignorando la pregunta que la acaba de formular.

Peter frunció el ceño ante la extraña petición de Mariana.
-No tenía pensado hacerlo. Ese tema lo trataremos en privado usted y yo, señora.

Una mezcla de alivio y temor se apoderó de ella, no sabía si fulminarlo con una de sus venenosas miradas o si darle las gracias. Prefirió obsequiarlo con lo primero, desafiándolo con sus ojos verdes.
Por unos instantes olvidó el motivo que le había llevado ante aquella puerta, cuando lo recordó volvió a dirigirse a Mariana.

-Tardaré apenas unos minutos -tomó el pomo de la puerta de nuevo- Cuando salga te quiero sobre tu caballo.

Su voz sonó rotunda e intimidatoria. Sin añadir más, golpeó la puerta con los nudillos a la vez que la abría.

-Espero no molestaros, hay algo de lo que me gustaría hablaros...
Lo escuchó decir antes de que cerrara la puerta casi en sus narices.

Volvió a debatirse entre quedarse tras la puerta a escuchar o hacer lo que le había mandado. En esa ocasión la sensatez la llevó a obedecer a su esposo.

Emilia continuaba descompuesta en el lugar que Mariana la había dejado.

-No tienes nada que temer madre -dijo a la vez que le daba un beso en la pálida mejilla para tranquilizarla- Ordenaré que preparen mi montura.

-Ya está lista. Consideré que sería mejor no enfurecer más a tu esposo -respondió algo más tranquila, mientras el color regresaba poco a poco a su rostro.

Cuando Peter salió de la casa, Mariana lo esperaba acomodada sobre la grupa de su jamelgo. Doña Emilia permanecía de pie junto a la puerta esperando para despedirlos.
Peter se puso ante ella, dándole la espalda a Mariana, que observó curiosa la actitud de su esposo a la vez que contemplaba los anchos hombros y lo bien que la chaqueta se asentaba sobre ellos.

Apartó la vista enojada consigo misma por fijarse en aquellos detalles, que no debería importarle en lo más mínimo. Cuando volvió a mirar se encontró con el semblante radiante de su madre y el rostro impasible de su esposo.

-Os esperamos esta tarde, querida suegra -murmuró Peter para que Inés no alcanzara a escuchar sus palabras- Ahora debemos irnos.

-¡Gracias! -dijo Emilia emocionada. A la vez que agitaba la mano a modo de despedida. 

Después de eso, Peter montó su caballo y tras despedirse nuevamente de su suegra emprendieron el viaje.
Mariana estaba muy callada y lo que él quería era que empezara a hablar y que le diera una explicación del porqué se había ido sin dejarle una nota o al menos decirle en la mañana que tenía pensado irse sin más.

Pero también pensaba en la noche anterior, en como ella respondió a sus caricias sin ningún reparo. Tenía ganas de llegar ya a su casa, tomarla en brazos y subir corriendo las escalares hasta su dormitorio para hacerle el amor. Tener esas piernas blancas como la leche alrededor de su cintura mientras él... ¡Dios! su excitación era tan notoria que sería sorprendente si su mujercita no se daba cuenta.

Pero sabía que antes de eso tendrían unas palabras, o mejor él tendría unas palabras con ella. Tal vez si se ganara la confianza de su suegra, ella le podría ayudar a ganarse la de Mariana o al menos le diría algo que fuera de ayuda.
Pero todo eso tendría que esperar, los negocios que fue a atender durante el día se mezclaban con un regalo que él le tenía preparado.

Tal vez si su niñez no hubiese sido tan dura y estricta él hubiera sido un poco como Gastón, despreocupado viviendo el día a día sin importar el mañana y sólo tal vez Mariana se hubiera enamorado de él. Lamentablemente las cosas no siempre son como uno las desea pero al menos su padre ya estaba muerto y con él los dolorosos recuerdos de su niñez. 


-Gracias- fue la única palabra que sonó en todo el camino de regreso a la Mansión del Marques.

Peter asintió con un gruñido y un casi inapreciable movimiento de cabeza.
¡Qué demonios le pasaba a esa niña!, sabía que era impulsiva y testaruda, pero tenía que entender que eso debía terminar, ¡era una mujer casada y no la mocosa que correteaba y hacia cuanto le venía en gana!

Era su esposa, pesará a quien le pesará y debía empezar a comportarse como tal, en la casa y por supuesto en su cama. Una casi inapreciable sonrisa se dibujo en su cara.

Mariana tenía los nervios a flor de piel, le había agradecido el gesto que había tenido con su madre, estaba contenta, durante un tiempo no debería preocuparse por ella.
Por quien si debía preocuparse era por sí misma, estaban llegando a la mansión, donde tenían una conversación pendiente.


Continuará…

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