venerdì 31 agosto 2012

Capitulo 13




-¿Interrumpo algo? -preguntó a la vez que se acercaba a la pareja echando fuego por los ojos a la vez que estudiaba la esplendida silueta de la desconocida.
Sus modales no fueron del agrado de Peter, que clavó sus oscuros ojos de forma peligrosa en ella, pero prefirió ignorarlo y avanzó hacia ellos.

-¿No vas a presentarnos? -lo desafió sin apartar la mirada esmeralda de la rubia que también parecía estar estudiándola, aunque en sus ojos azules bailaba la diversión.

-Tú debes de ser Mariana -dedujo- Yo soy Rocio Igarzabal y por tu expresión imagino que tu querido esposo no te ha hablado de mí.

-Está claro que no lo ha considerado necesario, pero estoy segura de que usted estará encantada de ponerme en antecedentes -respondió con tono seco y cortante.

-Mariana -siseó Peter amenazante, que continuaba junto a la mujer.
Ambas parecían ignorarlo, retándose con la mirada y observándose con detenimiento.

-Mi difunto esposo y Peter -dijo acercándose un poco más hacia él- tenían importantes negocios juntos. Ahora, mi querido marqués, me ayuda a mí a continuar con las inversiones, aconsejándome y guiándome.

-Muy loable por su parte -respondió de forma cortante- Si la señora Igarzabal está aquí para tratar asuntos de negocios, no veo necesaria mi presencia en este salón.
Dijo alzando la barbilla y dirigiéndose al final a su esposo, que parecía querer fulminarla con la mirada.

-Tan vez os resulte un poco aburrido -asintió Rocio divertida.

-Pues entonces será mejor que no les entretenga más, ha sido un... placer conocerla. Con su permiso -sin más se dio media vuelta y abandonó el salón.

-Mariana -la llamó Peter tratando de ir tras ella, pero la mano de Rocio lo detuvo.

-Déjala, no le hará mal tener algo en lo que pensar -dijo divertida, dejando que su cantarina risa volviera a llenar la estancia.

-Eres imposible Rochi -apostillo sonriendo a su pesar- ahora me tocará a mí lidiar con su mal genio y todo por tus ganas de jugar a mujer fatal -la amonestó sin convicción.

-Ha sido interesante ver su reacción -comentó entornando la mirada- no me ha parecido que tu esposa se mostrara indiferente, yo apostaría a que estaba un tanto celosa.

-No digas tonterías -¿podría ser cierto lo que su amiga de la infancia decía? 


Las dos horas que estuvieron reunidos Peter y Rocio, Mariana no paró de pensar en ellos. Fingiendo indiferencia se dedicó a escribir una extensa carta a su prima Luisa que actualmente residía en Segovia y que no había podido acudir a la boda aquejada por unas inoportunas fiebres. Aunque se llevaba muy bien con su prima sus dudas, recelos y pensamientos más íntimos se los quedó para sí. Primero tenía que averiguar si la señora de Igarzabal era solo lo que decía o si aspiraba a algo más con Peter.

Incapaz de estar más tiempo sentada se dedicó a pasear por su habitación, tomando nota mental de las cosas que quería cambiar, en un acto de infantil venganza pensó en gastar cuanto quisiera para remodelar todo aquello que no le gustara. Examinando el mirador que daba a los jardines de la parte de atrás estaba cuando apareció Pablo, con cara de sorpresa por encontrarla allí, para anunciarle que la cena estaba lista.

-¿Ha avisado al marqués, Pablo? – preguntó Mariana, aunque estuviera molesta con su esposo siempre había sido y sería amable con los sirvientes.

- Acabo de hacerlo señora. El marqués me ha informado que la señora Igarzabal se quedará a cenar con ustedes – Tras una inclinación de cabeza Pablo desapareció

Tras respirar hondo un par de veces, Mariana se preparó para hacer de perfecta anfitriona. Con la espalda recta y paso ágil se dirigió al comedor, al entrar solo un ligero parpadeo demostró la furia que bullía en su interior al ver a Rocio sujetando la mano de Peter mientras intercambiaban confidencias.

- Espero que en estas dos horas hayan podido resolver todos sus asuntos señora Igarzabal – comentó Mariana en un tono demasiado meloso. Peter al oírla no pudo evitar fruncir el ceño y sospechar de la actitud de su esposa.

- Oh, sí, ya hemos terminado. Le confieso que no sabría que hacer sin Peter, es un hombre maravilloso, pero eso usted ya lo sabe, claro – Comentó Rocio mientras un estupefacto Peter la ayudaba a sentarse.

-Sí, por supuesto, un hombre maravilloso – rezongó Mariana mientras se sentaba con la ayuda de un lacayo. – y dígame ¿hace mucho que se conocen?

- Sí, hace mucho tiempo ¿verdad querido? – Rocio dejó caer ese término cariñoso para ver la reacción de Mariana. Su humor iba mejorando conforme más observaba a la joven. Peter habían intentado hablar con ella del asunto, que le explicara por qué creía que estaba celosa, pero Rocio de verdad quería ayudar a Peter por eso decidió acicatear un poco más a Mariana- Creo que puedo asegurar que soy la persona que mejor le conozco.

- Vaya, y yo que creía que la persona que mejor lo conocía era Gastón – comentó de forma sarcástica Mariana. Esa mujer le gustaba cada vez menos, las miradas que esa mujer le estaba dedicando a Peter estaban poniendo a prueba su paciencia.

- Gastón solo se conoce bien así mismo – soltó sin pensar Rocio. Al ver la estupefacción en el rostro de Mariana y la turbación en el de Peter decidió dirigir la conversación hacía un terreno más seguro, o eso creía ella. – Ahora que recuerdo, usted era esa joven que iba siempre pegada a él, a la que le gustaba trepar a los árboles, pescar y todas esas cosas de niños.

Aunque el comentario de Rocio en este caso era totalmente inocente Mariana se sintió atacada. Cierto que no había sido una niña típica y que le entusiasmaban más los juegos con Gastón que aprender a bordar o a tocar el piano, pero a pesar de que Peter la había reprendido más de una vez por su comportamiento, esa mujer no la conocía lo suficiente para emitir un juicio como ese.

- Pues sí, era yo. Y no creo que importe lo bien que me lo pasé jugando como los niños porque al final yo – dijo señalándose a sí misma – me he casado con el marqués.

El triunfo de Mariana sobre Rocio se esfumó en cuanto las dos mujeres oyeron la voz fría y seca de Peter. El marqués había estado escuchando divertido y algo sorprendido a las dos mujeres, pero la tensión que se palpaba en el ambiente se estaba volviendo más densa. Ya le diría a Rochi que dejara tranquila a su esposa, él mejor que nadie conocía ese ingenio suyo que era como un aguijón y también le diría a Mariana, bueno, a ella le diría unas cuantas cosas cuando estuvieran solos.

- Señoras, cenemos por favor - y sin mirar a ninguna de las dos empezó a tomar la sopa.


Continuará…

giovedì 30 agosto 2012

Capitulo 12




Peter la miraba hechizado, ¿podría ser esa mujer que montaba a horcajadas su delicada esposa? Pero de delicada no tenía nada y eso le estaba causando un efecto demoledor.
Azuzó el caballo para mantenerse a la altura de esa increíble amazona que le estaba empezando a robar la razón.
Se la veía tranquila y relajada encima del caballo y así era como quería tenerla entre sus brazos.
Llegaron exhaustos a las puertas de los establos. Peter admiró las mejillas sonrosadas por el efecto de la carrera y el pelo revuelto de su esposa. Jamás se había sentido más atraído por una mujer.
Había sido una carrera desinhibida y veloz. Miró a su marido, una extraña mirada refulgía en sus ojos y una sonrisa empezaba a asomar, le dio un vuelco el corazón. ¿Cómo podía ser que fuera un hombre tan atractivo? No se había dado cuenta hasta ahora, siempre lo había visto como a un hombre hosco y serio. El se acercó a ella y le acarició la mejilla.

- Me ha gustado mucho el paseo y me parece que por fin he encontrado algo que te hace ilusión.-ella se sonrojó, de verdad que había disfrutado como nunca de un paseo a caballo. Tenía que admitir que su marido era un acompañante perfecto además de un perfecto jinete.

- Si, me ha gustado montar a caballo y…-no pudo decir nada más pues enseguida sintió la boca de su marido contra la suya, se sentía tan bien. Respondió al beso acercándose un poco más a él. Era increíble como el contacto con este hombre la hacía olvidarse de todo a su alrededor. Solo eran ellos dos y en el fondo de su corazón le gustaba la idea.
Ella respondía con la misma pasión que él, la acercó más maldiciendo por dentro porque estaban todavía montados en los caballos.
Los brazos de ella eran dulces y cálidos y por dios que se sentía en la gloria.
El ruido de la puerta los sorprendió, Pablo se acercaba a ellos disimulando una sonrisa.

- Perdonen los señores, vengo a avisarles de que la visita ha llegado y los están aguardando en la biblioteca.
Peter se separó de su esposa para decirle al hombre que ya iban, pero antes tenían que cambiarse no podían recibir así.
Mariana contempló a su esposo, hacía un momento se derretía en sus brazos y al segundo volvía a comportarse de forma fría. Lo observó mientras se apeaba del caballo, se acercó al de ella y le tendió los brazos. No podía hacer el feo después de lo que había hecho por ella.
Se dejó caer sobre ese cuerpo duro y fuerte hasta que sus pies rozaron el suelo. Pero él no la soltó inmediatamente, al revés la miraba fijamente.

- Si te parece bien podríamos salir a montar todas las mañanas, ¿de acuerdo?-ella asintió, era una delicia y no iba a perder la oportunidad de hacerlo simplemente por intentar mantenerse lejos de él.
Sintió sus brazos envolviéndola y de nuevo dejó de pensar y se sumergió en un mundo nuevo y precioso. El beso fue apasionado y posesivo, sus manos vagaban por su cuerpo y la acercaban más a él.
Ella le puso los brazos al cuello y se dejó hacer, famélica de sus besos y de sus abrazos.
El susurró algo, sus labios subieron por su cuello dejando infinidad de pequeños besos que la dejaron totalmente embriagada.

-umm, tenemos que irnos. Nos esperan, aunque preferiría estar contigo.
Mientras se acercaban a la hacienda, Mariana se preguntaba que quién sería la visita. Su marido no le soltaba la mano y ella no quería soltársela. 
Mariana y Peter subieron al dormitorio, dónde se asearon y cambiaron de ropa. Mariana un tanto abochornada y Peter maldiciendo su suerte. Pero no había tiempo para juegos amorosos por más que lo deseara, la persona que esperaba en el salón, no se tomaría a bien que la hicieran esperar.
Apartó la mirada de las tentadoras curvas de su esposa y terminó de componerse.

-¿Podrías terminar de abrocharme el vestido? -preguntó tras los vanos intentos de lograrlo por sí misma.
Dio un ligero respingo al sentir los dedos cálidos y acariciadores de Peter sobre su espalda.

-Listo -anunció tras carraspear para aclararse la voz- tengo que bajar, en cuanto estés lista reúnete con nosotros.
Dijo dirigiéndose hacia la puerta. Tenía que poner distancia entre ellos o al final sus dedos volverían a los diminutos botones, pero para soltarlos y recorrer la tersa piel de la espalda de Mariana.
Sacudió la cabeza a la vez que salía al pasillo y cerraba la puerta. Se estiró, irguiendo la espalda y adquiriendo el porte altivo y serio que lo caracterizaba y se encaminó a las escaleras.
En el cuarto, Mariana contemplaba el lugar por donde su esposo acababa de salir.
Se sentía tremendamente confundida, nada estaba saliendo como había imaginado. Peter de pronto se le antojaba más atractivo de lo que jamás le había parecido, su carácter seco y distante ahora era casi agradable, continuaba teniendo un fuerte temperamento, pero tras vivir con Don Nico, los modales de Peter parecían los de una damisela.

Suspiró mientras se arreglaba el peinado. Continuaba añorando a Gastón, pero las sensaciones que experimentaba cuando el marqués la estrechaba entre sus brazos no tenían nada que ver con la ternura que le inspiraba Gastón con sus modales galantes y sus delicados y furtivos besos. Amaba a Gastón, o eso había pensado hasta esos momentos, acaso era tan superficial y sus sentimientos tan débiles que ya hasta dudaba de ellos. Pensó alicaída, de todas formas poco importaban ya sus sentimientos por Gastón, era la esposa de Peter y por ende Gastón se había marchado, abandonándola en el peor momento. Quizás después de todo fuera mejor así.

Contempló su imagen en el espejo y tras acomodar uno de los díscolos rizos, decidió que estaba perfecta para recibir visitas.
Siguió los pasos de Peter y comenzó a bajar las escaleras. Antes de alcanzar los últimos peldaños, llegó hasta ella una risa cristalina y vibrante que procedía del salón.

Frunció el ceño y se dirigió hacia allí. Peter no le había aclarado quien era la misteriosa visita, pero era evidente que se trataba de una mujer.
Intrigada entró en la amplia estancia y la escena que se encontró la hizo envararse.
Efectivamente era una mujer, una que mantenía los brazos alrededor del cuello de su esposo a la vez que continuaba riendo algo que él acababa de decir.

Un irrefrenable e irracional deseo de arrancarla de encima de su esposo se apoderó de ella. Pero se contuvo, apretó los puños con fuerza para conseguirlo y carraspeó para hacerse notar.
-¿Interrumpo algo?-


Continuará…

mercoledì 29 agosto 2012

Capitulo 11





Bueno tal vez- pensó- podemos dejarla para más tarde, al fin y al cabo no ha comido, igual tiene hambre- intentando darse ánimos.
Llegaron a la puerta principal, Peter bajo de su montura y se acercó a Sansón con la intención de ayudar a Mariana, que ya había descendido con un ágil salto del caballo.

-No es necesario, gracias- haciendo una mueca y levantando su nariz respingona- subiré a cambiarme y a descansar un poco, el regreso me ha agotado- mintió- mientras subía las escaleras de dos en dos, donde Pablo los esperaba con la puerta abierta

-Subiré contigo, yo también quiero refrescarme, no tenía intención cuando llegue a casa de volver a salir en busca de mi esposa- contestó Peter mientras se quitaba la chaqueta, el chaleco, se lo entregaba a Pablo, sin decirle nada .
Y continuaba con paso decidido cruzando el hall, persiguiendo a su esposa, mientras se desabrochaba el corbatín, aflojándose el cuello de la camisa, ante la atónita mirada de una joven doncella que no pudo dejar de admirar a su fornido señor.

Mariana paro de golpe en las escaleras que conducían al piso de arriba, se giró y con los brazos en jarras y fingida inocencia contesto:
- no deberías pedir a Pablo que te preparase algo de comer?, no sabía que nos honrarías con tu presencia en casa de mi madre a la hora de comer y no te esperamos.

-No sabía Mi Marquesa que cuando llegase a casa no estarías en ella…

-Te lo dije ayer –bajo el tono acercándose a él no quería dar un espectáculo con espectadores, Pablo, continuaba en la entrada esperando instrucciones y María creía recordar que se llamaba así la doncella, continuaba con la boca abierta, contemplando las fornidas espaldas de su marido y las musculosas piernas que se adivinaban bajo los pantalones de montar que se ajustaban a la perfección a un trasero de infarto.
No pudo resistirse:
- María que estas mirando…

Peter giro la cabeza hacia María y una lenta sonrisa se fue dibujando en su rostro, eran celos lo que había visto por un instante reflejado en los ojos de Mariana.

-Mariana témenos una conversación pendiente tu y yo, me da igual tenerla aquí abajo o en la habitación, pero la quiero ya…

-Te he dicho que estoy agotada ahora no me va bien... – giro y continuó subiendo escaleras más deprisa de lo que formalmente se debiera

- Cobarde

Mariana paró en seco, se giro y desafiándolo con la mirada le dijo:
-por mí como si quieres bañarte mientras hablamos

-Buena idea cariño, Pablo.. que nos suban el baño… mientras hablamos

-cuando aprendería a estar callada – pensó Mariana.
Para gran suerte de Mariana, un mensajero llegó para reclamar la atención del marqués con un pequeño problema que urgía de su inmediata presencia. Aun así no se marchó sin decirla que lo esperara hasta su regreso.
A los oídos de Mariana aquello había sonado a orden pero no se molestó siquiera en contestarle.
Mariana se vistió con parsimonia. A penas tenía valor para enfrentarse a la realidad de su situación e incluso sintió vergüenza ante las miradas de los criados que parecieran criticarla abiertamente.

Su furia se había transformado en temor a medida que pasaban los minutos y por más que dilató su entrada en el comedor, el momento llegó con una tensión casi palpable. Estaba casi segura que Peter regresaría con prontitud.
El estómago de Mariana se agitó solo de pensar que debería tomar asiento frente a él.
Pero para su alivio el hombre aún no estaba, y ella seguía sin tener apetito y eso que apenas había probado bocado en todo el día. Se sirvió unas escasas porciones y terminó jugueteando con unas patatas cocidas. La comida estaba fría de haber estado dispuesta casi toda la mañana.
De repente irrumpió el marqués en la habitación con su porte orgulloso y ella sintió unas terribles ganas de arrojarle algo a la cara, estuvo a punto de hacerlo sin embargo al ver su rostro relajado y atractivo, con una pequeña sonrisa pintada en la boca dura y firme, una horrible sensación de ansiedad atenazó su garganta.

-Me gustaría mostrarte las tierras ahora que tengo un poco de tiempo – le dijo él acercándose hasta su silla para ayudarla a incorporarse.

-¡Cuánto honor! Pero no hacía falta – le contestó con los dientes apretados – conozco el marquesado más que de sobra.

Peter frunció ligeramente el ceño ante el sarcasmo pero no dijo nada. Se limitó a tomarla de la mano haciéndola recorrer todo el interior de la residencia de cabo a rabo. Luego salieron por la parte trasera hasta los establos donde Mariana prefirió no entrar, recordando lo ocurrido allí. Peter debió de leer sus pensamientos porque su sonrisa se tornó repentinamente burlona.

-¿tienes miedo de entrar? – la acicateó levantando las manos con las palmas abiertas – señora, no voy a violarte. Las mejillas de Mariana adquirieron un tono rojo cuando cruzó los brazos sobre el pecho en actitud desafiante.

-Ya conozco este lugar – quiso que su voz sonara firme pero apenas era incapaz de oírse con los fuertes latidos de su corazón.

-De acuerdo – Peter se encogió de hombros – si prefieres cabalgar en mi montura…

-¡No! – Mariana se tensó y corrió hasta el apartado donde estaba Sansón, sin esperar ayuda sacó al animal de su lugar. Ni siquiera la importó escuchar las risillas de Peter tras ella. La daba completamente lo mismo lo que pensara ese hombre pero desde luego no iba a cabalgar junto a él. – Debía haberme cambiado por lo menos de ropa– contestó alzándose las faldas con discreción. Cuando se quiso dar cuenta el marqués la subió a la grupa empujándola sin pudor alguno del trasero con lo que se ganó una mirada fulminante.

-Desde que nos hemos casado no he oído más que quejas por tu parte. ¿Habrá algo que te guste o te haga ilusión? - Le preguntó sujetando las riendas de Sansón y guiándolo hasta el exterior donde los rayos de sol parecían convertir en oro todo lo que tocaban. El cabello de Mariana, de un tono cobrizo, brilló como llamas encendidas alrededor de su pequeña cara. La joven frunció los labios y apartó de él sus ojos verdes.
-Estoy enfadada contigo por si no lo has notado.

-Lo tendré en cuenta.

Peter asintió al tiempo que sacaba su propia montura y ambos iniciaron el recorrido por las tierras.
Mariana quedó maravillada al ver la extensión de la propiedad y pudo comprender que Peter le mostrara orgulloso sus pertenecías. Había huertos y un magnifico campo de olivos. Poseía animales de granja, un pequeño matadero y otro edificio donde se encargaban de curar los tocinos y los jamones.

-Aquello es la quesería – Dijo Peter señalando con el mentón una casona de una sola planta – Te llevaría hasta allí, pero estoy esperando visita. Deberemos dejarlo para otro día si no te molesta. Mariana hacia un buen rato que se había relajado y hasta había comenzado a disfrutar del paseo sin embargo cuando la palabra visita sonó en su cabeza le miró enojada.

-Yo no deberé atender a tú visita. ¿Verdad?

-Por supuesto que sí – respondió asintiendo.
Mariana frunció los labios molesta y estaba a punto de enzarzarse en una pelea cuando lo pensó mejor. Con un ligero golpecillo en el flanco del animal animó a Sansón a emprender el regreso en un rápido galope. 
Por el rabillo del ojo descubrió a Peter junto a ella, siguiéndola muy, muy de cerca y disfrutando de aquella loca carrera. 
Mariana apenas le miró sobre el hombro y soltando una carcajada siguió su camino hacia la casa.
Fue una lucha por ver que animal corría más o quién era el mejor y por un momento Mariana se olvidó quien era realmente su acompañante e inclinando la cabeza sobre su caballo le instó a alcanzar mayor velocidad.

¡Ella ganaría, Sansón era el mejor! 

 Continuará…

martedì 28 agosto 2012

Capitulo 10




-No lo sé madre -respondió Mariana con la vista clavada en la puerta por donde su esposo había salido- Pero no voy a permitir que os cause ningún problema.
Sin pensárselo dos veces salió tras él.

Si Peter hablaba con don Nico, estaba segura de que sería su madre la que terminaría pagando su falta y no podía permitirlo. Corrió por el pasillo escasamente iluminado, rezando para poder llegar antes de que fuera demasiado tarde.

-¡Peter! -casi gritó al comprobar que ya tenía la mano sobre el picaporte- Espera.

-Te dije que te prepararas para partir -dijo con la mandíbula apretada- ¿Nunca haces lo que se te ordena?

-No le digas a don Nico que he venido sin tu consentimiento -pidió, ignorando la pregunta que la acaba de formular.

Peter frunció el ceño ante la extraña petición de Mariana.
-No tenía pensado hacerlo. Ese tema lo trataremos en privado usted y yo, señora.

Una mezcla de alivio y temor se apoderó de ella, no sabía si fulminarlo con una de sus venenosas miradas o si darle las gracias. Prefirió obsequiarlo con lo primero, desafiándolo con sus ojos verdes.
Por unos instantes olvidó el motivo que le había llevado ante aquella puerta, cuando lo recordó volvió a dirigirse a Mariana.

-Tardaré apenas unos minutos -tomó el pomo de la puerta de nuevo- Cuando salga te quiero sobre tu caballo.

Su voz sonó rotunda e intimidatoria. Sin añadir más, golpeó la puerta con los nudillos a la vez que la abría.

-Espero no molestaros, hay algo de lo que me gustaría hablaros...
Lo escuchó decir antes de que cerrara la puerta casi en sus narices.

Volvió a debatirse entre quedarse tras la puerta a escuchar o hacer lo que le había mandado. En esa ocasión la sensatez la llevó a obedecer a su esposo.

Emilia continuaba descompuesta en el lugar que Mariana la había dejado.

-No tienes nada que temer madre -dijo a la vez que le daba un beso en la pálida mejilla para tranquilizarla- Ordenaré que preparen mi montura.

-Ya está lista. Consideré que sería mejor no enfurecer más a tu esposo -respondió algo más tranquila, mientras el color regresaba poco a poco a su rostro.

Cuando Peter salió de la casa, Mariana lo esperaba acomodada sobre la grupa de su jamelgo. Doña Emilia permanecía de pie junto a la puerta esperando para despedirlos.
Peter se puso ante ella, dándole la espalda a Mariana, que observó curiosa la actitud de su esposo a la vez que contemplaba los anchos hombros y lo bien que la chaqueta se asentaba sobre ellos.

Apartó la vista enojada consigo misma por fijarse en aquellos detalles, que no debería importarle en lo más mínimo. Cuando volvió a mirar se encontró con el semblante radiante de su madre y el rostro impasible de su esposo.

-Os esperamos esta tarde, querida suegra -murmuró Peter para que Inés no alcanzara a escuchar sus palabras- Ahora debemos irnos.

-¡Gracias! -dijo Emilia emocionada. A la vez que agitaba la mano a modo de despedida. 

Después de eso, Peter montó su caballo y tras despedirse nuevamente de su suegra emprendieron el viaje.
Mariana estaba muy callada y lo que él quería era que empezara a hablar y que le diera una explicación del porqué se había ido sin dejarle una nota o al menos decirle en la mañana que tenía pensado irse sin más.

Pero también pensaba en la noche anterior, en como ella respondió a sus caricias sin ningún reparo. Tenía ganas de llegar ya a su casa, tomarla en brazos y subir corriendo las escalares hasta su dormitorio para hacerle el amor. Tener esas piernas blancas como la leche alrededor de su cintura mientras él... ¡Dios! su excitación era tan notoria que sería sorprendente si su mujercita no se daba cuenta.

Pero sabía que antes de eso tendrían unas palabras, o mejor él tendría unas palabras con ella. Tal vez si se ganara la confianza de su suegra, ella le podría ayudar a ganarse la de Mariana o al menos le diría algo que fuera de ayuda.
Pero todo eso tendría que esperar, los negocios que fue a atender durante el día se mezclaban con un regalo que él le tenía preparado.

Tal vez si su niñez no hubiese sido tan dura y estricta él hubiera sido un poco como Gastón, despreocupado viviendo el día a día sin importar el mañana y sólo tal vez Mariana se hubiera enamorado de él. Lamentablemente las cosas no siempre son como uno las desea pero al menos su padre ya estaba muerto y con él los dolorosos recuerdos de su niñez. 


-Gracias- fue la única palabra que sonó en todo el camino de regreso a la Mansión del Marques.

Peter asintió con un gruñido y un casi inapreciable movimiento de cabeza.
¡Qué demonios le pasaba a esa niña!, sabía que era impulsiva y testaruda, pero tenía que entender que eso debía terminar, ¡era una mujer casada y no la mocosa que correteaba y hacia cuanto le venía en gana!

Era su esposa, pesará a quien le pesará y debía empezar a comportarse como tal, en la casa y por supuesto en su cama. Una casi inapreciable sonrisa se dibujo en su cara.

Mariana tenía los nervios a flor de piel, le había agradecido el gesto que había tenido con su madre, estaba contenta, durante un tiempo no debería preocuparse por ella.
Por quien si debía preocuparse era por sí misma, estaban llegando a la mansión, donde tenían una conversación pendiente.


Continuará…

lunedì 27 agosto 2012

Capitulo 9



-¡¿Qué se ha ido?! -bramó sin dejarle terminar.


-...a casa de sus padres -concluyo Pablo con la voz ahogada- Dijo que usted ya estaba al tanto y se fue apenas se levantó esta mañana.

-¿Qué yo estaba al tanto? -masculló con los dientes apretados y los puños cerrados con fuerza a ambos lados de su cuerpo.

¿Cómo podía tener la desfachatez de decir que él...?
No terminó la pregunta que se estaba formando en su cabeza, un fragmento de conversación había surcado su mente como un relámpago. Cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás e inspiró profundamente.

-Que ensillen mi caballo de nuevo, Pablo.

-Sí, señor. Ahora mismo.

De camino a casa de sus suegros, se maldijo una y mil veces por haberse olvidado el favor que Mariana le había pedido. Pero no estaba dispuesto a tolerar que su mujer se pasara todo el día fuera de casa, como había insinuado que haría si no accedía a complacerla.

Estaba seguro de que era muy capaz de cumplir su amenaza, pero él no toleraría un comportamiento tan caprichoso y consentido. Ahora era la marquesa de Lanzani y tendría que atenerse a unas normas y sobre todo, tendría que aprender a respetar sus decisiones de forma sumisa. De no ser así tendrían serios problemas, sobre todo ella. 


Mariana había cumplido su promesa de estar la mayor cantidad de tiempo posible en la que hasta el día anterior había sido su casa. En el camino hasta la hacienda había conseguido afirmarse en su resolución, a partir de ahora evitaría a su esposo todo lo que pudiera y frente a él sería como un témpano de hielo, solo rezaba para que su cuerpo traicionero no la delatara.
Aún no podía entender cómo había sucumbido tan fácilmente a unas pocas caricias y a unos apasionados besos. No importaba, se decía, que una miríada de escalofríos recorriera su cuerpo con solo pensarlo. No, su decisión era firme, su mente sujetaría la lujuria que la embargó la noche anterior y su esposo se daría cuenta que nadie podía doblegar a Mariana Espósito.

Emilia no se sorprendió cuando le anunciaron que su hija había ido a verla. Anhelaba y temía a la vez su visita, solo con mirarla a los ojos podría comprobar que, aunque en contra de su voluntad, el matrimonio no había sido un grave error, su mayor temor era que Mariana fuera una mujer infeliz y maltratada.
El marqués de Lanzani era un hombre serio, sí, pero también honorable y justo, mucho tenía que cambiar su carácter para que se cebara con los más débiles, como su propio esposo Nico.
Aunque había intentado explicárselo a Mariana, Emilia había apoyado ese matrimonio porque cuanto más lejos estuviera de su padrastro mejor. En cuanto vio la mirada desafiante e iracunda de Mariana supo que algo no andaba bien, pero también había un brillo especial en sus ojos, algo que no podía descifrar. Tras charlar con su hija Emilia empezó a pensar que su hija podría llegar a ser feliz en su matrimonio, si su esposo lograba comprender su carácter explosivo.

Conforme pasaban las horas Mariana esperaba con irritación y desconcierto a la vez la llegada de su esposo, había tomado un frugal almuerzo junto a su madre y ahora sentadas en la salita que daba al este escucharon como un caballo al galope llegaba a la casa. Antes de verlo o de oírlo siquiera su cuerpo intuyó quién entraba en esos momentos en la casa. Odiándose a sí misma notó cómo se ruborizaba un poco cuando recuerdos traidores de la noche pasada cruzaron su mente. Cuando aún no habían terminado de anunciar su nombre el marqués de Lanzani hizo su entrada, con pasos largos y decididos se plantó delante de las mujeres. Su mirada oscurecida por la ira se posó en su flamante y díscola esposa. Mariana se puso lentamente en pie y desafió con la barbilla en alto y el porte de una reina a que su marido la censurase delante de su propia madre.

Emilia intuyendo la tensión entre el joven matrimonio intentó relajar un poco el ambiente, fue en vano, ninguno parecía escucharla. Peter, aun enfadado por la escapada de su esposa y acicateado por el miedo de su abandono no pudo dejar de admirar su belleza con el espléndido traje de amazona bermellón que llevaba, e Mariana no podía apartar la mirada de ese cuerpo atlético y fuerte que a pesar de estar cubierto de polvo por la cabalgada no le restaba ni un ápice de atractivo a su noble apostura. 


Tenerla ante él mirándolo de aquella manera estaba despertando sensaciones y deseos contradictorios dentro de él.

Estrangularla era uno de los impulsos que estaba reprimiendo, pero el que más le estaba costando controlar era el de apoderarse de aquellos labios tentadores que se fruncían impertinentes.

Sin apartar los ojos de los de Mariana, Peter se dirigió a su suegra.

-Doña Emilia, ¿se encuentra vuestro esposo en casa? -a pesar del fuego que continuaba crepitando en su mirada, su voz sonó demasiado tranquila.

-Sí, si no me equivoco se encuentra en su despacho -respondió preocupada.

Acaso el marqués pretendía hablarle a Nico de la escapada de Mariana. Sus manos se retorcían nerviosas y sus palabras salieron ligeramente atropelladas- Imagino que estará ocupado... si queréis dejarle algún recado...

-No -contestó rotundo- lo que tengo que decirle solo me llevará un momento, no le robaré demasiado tiempo.

Arqueó una ceja al observar que la mirada de Mariana se había vuelto más virulenta y que el semblante de su suegra había perdido el color.
¿Qué les pasaba a aquellas dos mujeres? Movió la cabeza dándose por vencido, nunca había logrado entender las reacciones de las féminas, no parecía que fuera a comenzar a hacerlo en esos momentos.

-No tardaré, pide que ensillen tu caballo. Nos marcharemos en cuanto hable con don Nico.
No se detuvo a esperar una posible protesta de su esposa, abandonó el salón y se dirigió hacia el despacho de su suegro.

-¡Señor! ¿Crees que le diga algo? -interrogó Emilia a punto de sufrir un colapso.


Continuará...

domenica 26 agosto 2012

Capitulo 8




Eso fue lo único que dijo, pero Mariana vio aprobación, regocijo incluso en el apuesto rostro de Peter.

Sintió que los dedos de él le retiraban un mechón de su cara, y vio como su boca se acercaba a la de ella poco a poco. Se sintió hipnotizada, incapaz de resistirse. En el momento llegó el contacto, algo en ella se inflamó, arrancándola de sí misma y llevándola a un lugar desconocido del que nada sabía, pero en el que solo el placer estaba permitido.

Sintió cómo él profundizaba el beso, acariciando la cavidad de su boca con la lengua, y respondió con la misma pasión, ajena al decoro que le habían inculcado. Corresponder al ardor de él con la misma fuerza era lo natural, la única opción posible. Tampoco protestó cuando posó las manos sobre sus senos, que ardieron ante la caricia y le pidieron en silencio mayor intimidad.

Ayudó, incluso, cuando Peter le bajó el corpiño hasta la cintura, y se sintió liberada cuando oyó la tela de la camisola rasgarse, dejando al descubierto su piel desnuda.

A partir de ese momento ella dejó de ser Mariana Espósito, convirtiéndose en la esclava de las pasiones de Peter.

Peter sabía que debía ir despacio, pero la apasionada respuesta de Mariana le estaba llevando indefectiblemente a la locura. La urgencia en las caricias de la joven, cuyas manos vagaban a placer por su torso, le estaban trastornando. Intentó contenerse, detenerse en sus senos y acariciarlos con la boca, pero la pequeña mano de ella se cerró sobre su erección, curiosa, y él ya no pudo resistirse.

Le desabrochó el resto del vestido, y lo dejó caer al suelo sin miramientos, tirando de la camisola medio rota, que siguió el mismo camino. Ella se quedó desnuda, solo con las medias y los zapatos puestos, traspuesta de deseo. Antes de que la muchacha se diera cuenta de su precaria situación y reaccionara con pudor, la tomó en brazos, le dedicó un húmedo beso y la tendió sobre el colchón, le quitó lo poco que le quedaba puesto, colocándose él encima, cubriéndola con su poderoso y excitado cuerpo.

Mariana apenas fue consciente de que la trasportaban a la cama, y de que la descalzaban y terminaban de desvestir. Estaba desnuda frente a Peter, un hombre al que no amaba y que despreciaba pro haberla obligado a casarse, un hombre que no era Gastón, pero a pesar de que su mente supiera todo eso, su cuerpo, ajeno a cualquier razonamiento, se dejaba amar por las caricias, por los besos de su esposo.

Sintió como él se alejaba por un momento, y su ausencia le arrancó un sollozo.

Abrió los ojos y le miró, suplicante.
Solo el hecho de que él se estuviera desnudando también la consoló. Pudo ver su torso, duro como el granito, sus musculosas piernas, y la clara evidencia de su deseo. La temperatura de la habitación subió dos grados, y el joven cuerpo de ella, cimbreante, comenzó a removerse, inquieto, pidiendo más, sin saber exactamente qué necesitaba.

Peter se dedicó con fruición y disciplina a prepararla para él. Le acarició los senos, la cintura, y siguió bajando hasta su femenino centro, sintiéndola húmeda, insistiendo hasta llevarla al borde del éxtasis, hasta que ella le suplicó en un sollozo que calmara sus ansias. Sólo entonces se permitió llegar un poco más lejos, y con infinita suavidad, haciendo gala de toda su fuerza de voluntad, la penetró cuidadoso de causarle el menor dolor posible.

Ella sintió una punzada de dolor en su interior y trató de separarse, pero las manos de él le aferraron las caderas como tenazas de hierro, impidiéndole apartarse, dejando que su suave cuerpo se relajara unido al cuerpo de él.
Cuando Peter comenzó a balancearse dentro de ella, Mariana se maravilló con las sensaciones nuevas que le abrumaban, y casi sin querer buscó acomodarse al mismo ritmo, buscando liberar inconscientemente el volcán que parecía rugir dentro de ella.

A petición de sus movimientos, Peter aceleró sus embestidas, hasta que la sintió. Notó como el cuerpo de ella se tensaba, escuchó su gemido de liberación, sintió como se desplomaba sobre el colchón, inerte, y justo entonces se dejó ir él, gritando también cuando el éxtasis más increíble que nunca hubiera experimentado, lo traspasó.

Exhausto y sin sentido, se dejó caer al lado de ella, sabiendo que ninguna fuerza, divina o humana, lograría separarle ya de su amada esposa.

No después de aquella noche.



A la mañana siguiente a Mariana le costó abrir los ojos. Se sentía lánguida y extrañamente cansada. Poco a poco a su mente comenzaron a acudir las apasionadas escenas de la noche anterior y sintiéndose despierta de golpe se incorporó en la cama.
Con alivio observó que Peter no estaba junto a ella pero unas manchas rosadas en las sábanas daban buena fe de lo que allí había sucedido durante la noche.

A su pesar, Mariana no pudo evitar ruborizarse recordando las imágenes de lo ocurrido y una vergüenza, espesa y ardiente, se fue infiltrando en sus venas.

Se había jurado a si misma que no cedería ante la arrogancia de Peter, que no aceptaría sumisamente ese matrimonio impuesto, que nunca abandonaría la esperanza de poder estar con Gastón, su verdadero amor; y había bastado una mirada ardiente de su esposo, unas pocas caricias y ella se había derretido como cera caliente.
No podía explicarse a sí misma lo sucedido, no lograba entender la claudicación de su cuerpo y la única justificación que le venía a la mente era el cansancio que sentía y el horrible trauma de verse casada en contra de su voluntad unidos a su inexperiencia.

Así, su esposo –el nombre se le atragantaba- había conseguido anular por completo su fuerza de voluntad con malas artes, aprendidas sin duda alguna en los burdeles o con sus múltiples amantes, si tenía que hacer caso a las malas lenguas.


¡Ah! Pero Peter se equivocaba si pensaba que ella sería una más. Había ganado una batalla pero la victoria final le pertenecería a ella. Si esperaba encontrar a una mujer sumisa y rendida a sus encantos se iba a llevar una gran desilusión; lo ocurrido la noche anterior no volvería a repetirse. Ahora Inés estaría preparada y no se dejaría mancillar nunca más por un esposo al que detestaba; si Peter insistía en ejercer sus derechos maritales encontraría una mujer fría y reticente en el lecho. Y al pensar esto volvió a su mente la entrega apasionada de su cuero y con horror notó como una punzada de deseo licuaba sus entrañas. Horrorizada luchó por combatirla hasta que finalmente en su corazón sólo quedó el recuerdo de la humillación de verse unida a un hombre al que detestaba.

Reforzada en su decisión, Mariana llamó a la doncella para que le preparara el baño, deseosa de borrar de su cuerpo las huellas de lo que su esposo le había hecho la noche anterior. 


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Peter entregó su sombrero, los guantes y la fusta a Pablo a la vez que preguntaba:

-¿Dónde está mi esposa?

Era la hora de comer y aunque él se había retrasado más de lo debido, esperaba que ella estuviera esperándolo.
La falta de respuesta por parte del criado y su expresión mortificada le hicieron fruncir el ceño.

-Pablo, ¿dónde está mi esposa? -esta vez su palabras sonaron amenazadoramente lentas.

Pablo tragó saliva de forma visible y un tanto exagerada antes de responder, sabía que la respuesta no agradaría en absoluto a su señor y sentía tener que ser él el que le informara. En situaciones como aquella era cuando deseaba no haber alcanzado un cargo de tanta responsabilidad en la casa del marqués. Tomó aire y decidió acabar cuanto antes, la mirada de su señor comenzaba a ser abrasiva.

-La señora marquesa se ha ido...


Continuará…