lunedì 27 agosto 2012

Capitulo 9



-¡¿Qué se ha ido?! -bramó sin dejarle terminar.


-...a casa de sus padres -concluyo Pablo con la voz ahogada- Dijo que usted ya estaba al tanto y se fue apenas se levantó esta mañana.

-¿Qué yo estaba al tanto? -masculló con los dientes apretados y los puños cerrados con fuerza a ambos lados de su cuerpo.

¿Cómo podía tener la desfachatez de decir que él...?
No terminó la pregunta que se estaba formando en su cabeza, un fragmento de conversación había surcado su mente como un relámpago. Cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás e inspiró profundamente.

-Que ensillen mi caballo de nuevo, Pablo.

-Sí, señor. Ahora mismo.

De camino a casa de sus suegros, se maldijo una y mil veces por haberse olvidado el favor que Mariana le había pedido. Pero no estaba dispuesto a tolerar que su mujer se pasara todo el día fuera de casa, como había insinuado que haría si no accedía a complacerla.

Estaba seguro de que era muy capaz de cumplir su amenaza, pero él no toleraría un comportamiento tan caprichoso y consentido. Ahora era la marquesa de Lanzani y tendría que atenerse a unas normas y sobre todo, tendría que aprender a respetar sus decisiones de forma sumisa. De no ser así tendrían serios problemas, sobre todo ella. 


Mariana había cumplido su promesa de estar la mayor cantidad de tiempo posible en la que hasta el día anterior había sido su casa. En el camino hasta la hacienda había conseguido afirmarse en su resolución, a partir de ahora evitaría a su esposo todo lo que pudiera y frente a él sería como un témpano de hielo, solo rezaba para que su cuerpo traicionero no la delatara.
Aún no podía entender cómo había sucumbido tan fácilmente a unas pocas caricias y a unos apasionados besos. No importaba, se decía, que una miríada de escalofríos recorriera su cuerpo con solo pensarlo. No, su decisión era firme, su mente sujetaría la lujuria que la embargó la noche anterior y su esposo se daría cuenta que nadie podía doblegar a Mariana Espósito.

Emilia no se sorprendió cuando le anunciaron que su hija había ido a verla. Anhelaba y temía a la vez su visita, solo con mirarla a los ojos podría comprobar que, aunque en contra de su voluntad, el matrimonio no había sido un grave error, su mayor temor era que Mariana fuera una mujer infeliz y maltratada.
El marqués de Lanzani era un hombre serio, sí, pero también honorable y justo, mucho tenía que cambiar su carácter para que se cebara con los más débiles, como su propio esposo Nico.
Aunque había intentado explicárselo a Mariana, Emilia había apoyado ese matrimonio porque cuanto más lejos estuviera de su padrastro mejor. En cuanto vio la mirada desafiante e iracunda de Mariana supo que algo no andaba bien, pero también había un brillo especial en sus ojos, algo que no podía descifrar. Tras charlar con su hija Emilia empezó a pensar que su hija podría llegar a ser feliz en su matrimonio, si su esposo lograba comprender su carácter explosivo.

Conforme pasaban las horas Mariana esperaba con irritación y desconcierto a la vez la llegada de su esposo, había tomado un frugal almuerzo junto a su madre y ahora sentadas en la salita que daba al este escucharon como un caballo al galope llegaba a la casa. Antes de verlo o de oírlo siquiera su cuerpo intuyó quién entraba en esos momentos en la casa. Odiándose a sí misma notó cómo se ruborizaba un poco cuando recuerdos traidores de la noche pasada cruzaron su mente. Cuando aún no habían terminado de anunciar su nombre el marqués de Lanzani hizo su entrada, con pasos largos y decididos se plantó delante de las mujeres. Su mirada oscurecida por la ira se posó en su flamante y díscola esposa. Mariana se puso lentamente en pie y desafió con la barbilla en alto y el porte de una reina a que su marido la censurase delante de su propia madre.

Emilia intuyendo la tensión entre el joven matrimonio intentó relajar un poco el ambiente, fue en vano, ninguno parecía escucharla. Peter, aun enfadado por la escapada de su esposa y acicateado por el miedo de su abandono no pudo dejar de admirar su belleza con el espléndido traje de amazona bermellón que llevaba, e Mariana no podía apartar la mirada de ese cuerpo atlético y fuerte que a pesar de estar cubierto de polvo por la cabalgada no le restaba ni un ápice de atractivo a su noble apostura. 


Tenerla ante él mirándolo de aquella manera estaba despertando sensaciones y deseos contradictorios dentro de él.

Estrangularla era uno de los impulsos que estaba reprimiendo, pero el que más le estaba costando controlar era el de apoderarse de aquellos labios tentadores que se fruncían impertinentes.

Sin apartar los ojos de los de Mariana, Peter se dirigió a su suegra.

-Doña Emilia, ¿se encuentra vuestro esposo en casa? -a pesar del fuego que continuaba crepitando en su mirada, su voz sonó demasiado tranquila.

-Sí, si no me equivoco se encuentra en su despacho -respondió preocupada.

Acaso el marqués pretendía hablarle a Nico de la escapada de Mariana. Sus manos se retorcían nerviosas y sus palabras salieron ligeramente atropelladas- Imagino que estará ocupado... si queréis dejarle algún recado...

-No -contestó rotundo- lo que tengo que decirle solo me llevará un momento, no le robaré demasiado tiempo.

Arqueó una ceja al observar que la mirada de Mariana se había vuelto más virulenta y que el semblante de su suegra había perdido el color.
¿Qué les pasaba a aquellas dos mujeres? Movió la cabeza dándose por vencido, nunca había logrado entender las reacciones de las féminas, no parecía que fuera a comenzar a hacerlo en esos momentos.

-No tardaré, pide que ensillen tu caballo. Nos marcharemos en cuanto hable con don Nico.
No se detuvo a esperar una posible protesta de su esposa, abandonó el salón y se dirigió hacia el despacho de su suegro.

-¡Señor! ¿Crees que le diga algo? -interrogó Emilia a punto de sufrir un colapso.


Continuará...

Nessun commento:

Posta un commento