giovedì 30 agosto 2012

Capitulo 12




Peter la miraba hechizado, ¿podría ser esa mujer que montaba a horcajadas su delicada esposa? Pero de delicada no tenía nada y eso le estaba causando un efecto demoledor.
Azuzó el caballo para mantenerse a la altura de esa increíble amazona que le estaba empezando a robar la razón.
Se la veía tranquila y relajada encima del caballo y así era como quería tenerla entre sus brazos.
Llegaron exhaustos a las puertas de los establos. Peter admiró las mejillas sonrosadas por el efecto de la carrera y el pelo revuelto de su esposa. Jamás se había sentido más atraído por una mujer.
Había sido una carrera desinhibida y veloz. Miró a su marido, una extraña mirada refulgía en sus ojos y una sonrisa empezaba a asomar, le dio un vuelco el corazón. ¿Cómo podía ser que fuera un hombre tan atractivo? No se había dado cuenta hasta ahora, siempre lo había visto como a un hombre hosco y serio. El se acercó a ella y le acarició la mejilla.

- Me ha gustado mucho el paseo y me parece que por fin he encontrado algo que te hace ilusión.-ella se sonrojó, de verdad que había disfrutado como nunca de un paseo a caballo. Tenía que admitir que su marido era un acompañante perfecto además de un perfecto jinete.

- Si, me ha gustado montar a caballo y…-no pudo decir nada más pues enseguida sintió la boca de su marido contra la suya, se sentía tan bien. Respondió al beso acercándose un poco más a él. Era increíble como el contacto con este hombre la hacía olvidarse de todo a su alrededor. Solo eran ellos dos y en el fondo de su corazón le gustaba la idea.
Ella respondía con la misma pasión que él, la acercó más maldiciendo por dentro porque estaban todavía montados en los caballos.
Los brazos de ella eran dulces y cálidos y por dios que se sentía en la gloria.
El ruido de la puerta los sorprendió, Pablo se acercaba a ellos disimulando una sonrisa.

- Perdonen los señores, vengo a avisarles de que la visita ha llegado y los están aguardando en la biblioteca.
Peter se separó de su esposa para decirle al hombre que ya iban, pero antes tenían que cambiarse no podían recibir así.
Mariana contempló a su esposo, hacía un momento se derretía en sus brazos y al segundo volvía a comportarse de forma fría. Lo observó mientras se apeaba del caballo, se acercó al de ella y le tendió los brazos. No podía hacer el feo después de lo que había hecho por ella.
Se dejó caer sobre ese cuerpo duro y fuerte hasta que sus pies rozaron el suelo. Pero él no la soltó inmediatamente, al revés la miraba fijamente.

- Si te parece bien podríamos salir a montar todas las mañanas, ¿de acuerdo?-ella asintió, era una delicia y no iba a perder la oportunidad de hacerlo simplemente por intentar mantenerse lejos de él.
Sintió sus brazos envolviéndola y de nuevo dejó de pensar y se sumergió en un mundo nuevo y precioso. El beso fue apasionado y posesivo, sus manos vagaban por su cuerpo y la acercaban más a él.
Ella le puso los brazos al cuello y se dejó hacer, famélica de sus besos y de sus abrazos.
El susurró algo, sus labios subieron por su cuello dejando infinidad de pequeños besos que la dejaron totalmente embriagada.

-umm, tenemos que irnos. Nos esperan, aunque preferiría estar contigo.
Mientras se acercaban a la hacienda, Mariana se preguntaba que quién sería la visita. Su marido no le soltaba la mano y ella no quería soltársela. 
Mariana y Peter subieron al dormitorio, dónde se asearon y cambiaron de ropa. Mariana un tanto abochornada y Peter maldiciendo su suerte. Pero no había tiempo para juegos amorosos por más que lo deseara, la persona que esperaba en el salón, no se tomaría a bien que la hicieran esperar.
Apartó la mirada de las tentadoras curvas de su esposa y terminó de componerse.

-¿Podrías terminar de abrocharme el vestido? -preguntó tras los vanos intentos de lograrlo por sí misma.
Dio un ligero respingo al sentir los dedos cálidos y acariciadores de Peter sobre su espalda.

-Listo -anunció tras carraspear para aclararse la voz- tengo que bajar, en cuanto estés lista reúnete con nosotros.
Dijo dirigiéndose hacia la puerta. Tenía que poner distancia entre ellos o al final sus dedos volverían a los diminutos botones, pero para soltarlos y recorrer la tersa piel de la espalda de Mariana.
Sacudió la cabeza a la vez que salía al pasillo y cerraba la puerta. Se estiró, irguiendo la espalda y adquiriendo el porte altivo y serio que lo caracterizaba y se encaminó a las escaleras.
En el cuarto, Mariana contemplaba el lugar por donde su esposo acababa de salir.
Se sentía tremendamente confundida, nada estaba saliendo como había imaginado. Peter de pronto se le antojaba más atractivo de lo que jamás le había parecido, su carácter seco y distante ahora era casi agradable, continuaba teniendo un fuerte temperamento, pero tras vivir con Don Nico, los modales de Peter parecían los de una damisela.

Suspiró mientras se arreglaba el peinado. Continuaba añorando a Gastón, pero las sensaciones que experimentaba cuando el marqués la estrechaba entre sus brazos no tenían nada que ver con la ternura que le inspiraba Gastón con sus modales galantes y sus delicados y furtivos besos. Amaba a Gastón, o eso había pensado hasta esos momentos, acaso era tan superficial y sus sentimientos tan débiles que ya hasta dudaba de ellos. Pensó alicaída, de todas formas poco importaban ya sus sentimientos por Gastón, era la esposa de Peter y por ende Gastón se había marchado, abandonándola en el peor momento. Quizás después de todo fuera mejor así.

Contempló su imagen en el espejo y tras acomodar uno de los díscolos rizos, decidió que estaba perfecta para recibir visitas.
Siguió los pasos de Peter y comenzó a bajar las escaleras. Antes de alcanzar los últimos peldaños, llegó hasta ella una risa cristalina y vibrante que procedía del salón.

Frunció el ceño y se dirigió hacia allí. Peter no le había aclarado quien era la misteriosa visita, pero era evidente que se trataba de una mujer.
Intrigada entró en la amplia estancia y la escena que se encontró la hizo envararse.
Efectivamente era una mujer, una que mantenía los brazos alrededor del cuello de su esposo a la vez que continuaba riendo algo que él acababa de decir.

Un irrefrenable e irracional deseo de arrancarla de encima de su esposo se apoderó de ella. Pero se contuvo, apretó los puños con fuerza para conseguirlo y carraspeó para hacerse notar.
-¿Interrumpo algo?-


Continuará…

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