giovedì 23 agosto 2012

Capitulo 5




Los invitados parecían estar disfrutando con mucho entusiasmo de la suntuosa cena. El barullo de voces era incesante y entre todas ellas la de Don Nico que se estaba pasando de tragos.

Peter se tensó sin ser consciente que la copa de vidrio estallaba en su mano y que el vino caía entre sus dedos hasta la mesa.
Instintivamente Mariana se echó hacia atrás en su silla. De refilón pudo ver el duro rostro de granito, la fuerte mandíbula, pero sobre todos los ojos verdes como el pecado que la observaban con el deseo de asesinarla.

Pablo llegó en un santiamén acompañado de un sirviente. Entre los dos intentaron arreglar el estropicio.

-Esposo mío, te has manchado la camisa – se atrevió hacerle notar Mariana con una voz tan dulce que pecaba de empalagosa.

Por respuesta obtuvo un gruñido junto a su oreja cuando Peter se levantó excusándose con los invitados.
Mariana sintió con pesar que abandonara el comedor y no supo porque. En realidad debía admitir lo poco que conocía al marqués. Claro que tampoco tenía muchas ganas de hacerlo, Peter la caía mal. Era frio, serio y enseguida parecía atacarla con cualquier cosa. Siempre con la misma cantaleta –“eso no lo hacen las damas” “qué clase de educación la han dado a usted” Ahora que viviría con él ni quería pensar lo que la esperaba.

¿Tendría la mano tan suelta como su padrastro?
Si eso llegaba a ser así no dudaría en huir. Se llevaría a su madre consigo. Quizá el marqués no se daría cuenta si cogía un poco de allí, otro de aquí. Siempre con la firme proposición de devolverlo.
Mariana podría ser muchas cosas pero no una ladrona. ¡Dios la librara de eso!

Pablo regresó a coger el pañuelo del marqués que lo había dejado sobre la silla e Mariana lo detuvo sujetándole de la manga.

-Pablo ¿Dónde está Gastón? ¿Por qué no ha venido?
El hombre la regaló una mirada algo triste y se inclinó hacia ella fingiendo limpiar algo que hubiera quedado de la mesa.

-El señor se fue esta mañana. No sabemos dónde ha ido.

-¿se fue? – repitió con sorpresa – pero va a volver ¿verdad?

-Se llevó ropa como para estar un largo tiempo ausente. ¿A usted no la comentó nada?

Mariana negó preocupada. No sabía que pensar. Nunca se había encontrado tan sola como en aquel momento.
Pablo se marchó y a los pocos minutos reapareció el marqués con su aire orgulloso y altivo.

-Me gustaría pedirte algo si no es mucha molestia – dijo Mariana clavando sus ojos marrones en aquellos que la miraron con desfachatez.

-Tú dirás – la contestó frunciendo el ceño con desconfianza.

-¿sería posible que mi madre me acompañara durante unos días? Solo unos pocos mientras me voy acostumbrando.

-Si te respondo que no… - dejó la frase en el aire y entonces Mariana elevó el mentón desafiante y sus ojos adquirieron un brillo peligroso.

-Iré todos los días a visitarla. Desde que salga el sol hasta que se ponga. ¿O piensas encerrarme aquí? Como no hemos hablado no sé qué es lo que esperas de mi ni que intenciones tienes…

- Este no es el mejor momento para esta conversación – la interrumpió tajante.

-¿pero sobre mi madre…?

-Lo pensaré. – Peter movió la mano hacía el sirviente y este corrió a servirle más vino.

¡Lo pensará! ¡Ja! ¡Cuando! ¿Cuándo Don Nico se marchara arrastrando a Emilia tras de sí? 

Su madre cuanto había tenido que sufrir soportando a su padrastro.
¿Es que la vida tenía que ser tan injusta? Perder primero a su padre y ahora su libertad junto al amor de su vida, Gastón.
¿Sería que alguna vez pudiera sentir algo por el "marqués”?

Y para colmo enfrentarse a esa noche de bodas. Eso era lo que más le aterrorizaba. Él sin duda sería experto y ella, ella le temía tanto, que quería salir huyendo.

A su lado Peter también pensaba en su situación.

Se sentía desesperado, su hermano había desaparecido y no creía que fuera a volver en un largo tiempo. Y su espléndida esposa lo odiaba. Tal vez se equivocó al llevar a cabo ese matrimonio, pero la verdad es que no podía permitir que nadie más se le adelantara. Si al menos hubiera hablado de sus intenciones con ella mucho antes, no, no, eso ya lo había intentado y le dio miedo.
Miedo al pensar que tal vez ella pudiera rechazarlo, burlarse de sus sentimientos. Y eso es algo que no podría tolerar. Aun la veía jugando como si fuera un chiquillo y no una señorita. Amaba esa naricilla respingona que levantaba cuando estaba enojada y ese ceño que hacía cuando algo no le parecía.

Tal vez ya no podía hacer nada para conquistarla pero empezaría con su lenta seducción esa misma noche entre las cuatro paredes de su alcoba. Sí, ella tendría que rendirse a sus caricias, y a ese amor silencioso que le demostraría. Se entregaría en cuerpo y alma y de alguna u otra forma ella también lo haría. Con esa resolución una sonrisa se pintó en su rostro.
Sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por su esposa nuevamente.

-¿Lo has pensado?

Continuará…

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