sabato 1 settembre 2012

Capitulo 14





Después de despedir a Rocio y encargar a uno de sus lacayos que la acompañara para cerciorase llegase bien al pueblo, se dirigió al salón donde lo esperaba su díscola esposa. Comprobaría por sí mismo si lo que de verdad sentía eran celos, su pecho saltaba ante esa posibilidad. Cuando se casó con ella asumió que debería tener paciencia y luchar para hacerse querer, pero si ya sentía celos querría decir que Mariana no estaba de verdad enamorada de su hermano. Al entrar se la encontró sentada de forma remilgada en un sillón cercano a la chimenea. Paseando una mirada hambrienta por su cuerpo cerró la puerta y se dirigió hacia ella, pero a unos pocos pasos se detuvo al ver sus ojos velados por un brillo de enojo, furia contenida y algo más que no podía ni quería vislumbrar. 


La tensión era tan palpable en el ambiente que se podía tocar con los dedos. Tan solo el débil sonido de un alto reloj de torre rompía el silencio.
Mariana no apartó sus ojos de él en ningún momento, enfrentándolo silenciosamente con la barbilla levantada. Esperando una de su regañinas. ¿Con que la iba amenazar esta vez? ¿Con decírselo a su padre?
No lo había hecho antes y tampoco creía que lo fuera hacer ahora. Pero ella no se había portado de manera incorrecta en ningún momento. El marqués podría decir lo que quisiera.
Sin embargo se había quedado frente a ella observándola con atención. Su rostro era tan indescifrable que no pudo adivinar cuan enfadado podía estar. Ella sin duda lo estaba más.

-¿vamos a recibir muchas visitas de este tipo? – le preguntó con voz fría. - ¿acaso todas tus amantes vendrán a casa a saludarme?

-¿Cómo? – preguntó Peter arqueando las cejas.

-Me has escuchado perfectamente – se incorporó cuando las piernas comenzaron a temblarla y con disimulo se estiro la falda bajando por primera vez la vista.

-¿Crees que era mi amante? ¿Piensas que sería capaz de hacer una cosa así? – su voz era tan cortante como el hielo.
Mariana tragó con dificultad y asintió.

-¡Por Dios! – exclamó Peter levantando la vista al techo como si esperara un milagro divino.

-Pero solo quería decirte que no me molesta – le dijo. El corazón saltaba en su pecho a una velocidad de infarto – puedes tener todas las amantes que te de la real gana, pero fuera de mi casa. Ahora te guste o no, yo soy la dueña. Creo que lo que te pido no es nada descabellado.
Peter apretó los dientes con tanta fuerza que pensó que podrían partirse en cualquier momento. ¿Había escuchado bien? ¿Le estaba dando permiso para…?

-Rochi es una buena amiga lo creas o no. En este momento me da igual lo que pienses. – debía sentirse halagado sabiendo que los celos corroían la mente de su esposa, sin embargo se sentía herido, dolido por aquellas palabras. – Me alegro que seas tan compresiva y tan abierta en cuanto a tener otra relación.

-¡Por supuesto! Con un poco de suerte te enamoras de ella y por fin Gastón y yo…
Peter la cogió con fuerza de los brazos mirándola con el rostro ligeramente desfigurado. Sus ojos verdes brillaron con una dureza aplastante.

-¡Nunca! ¿Me oyes? Te prohíbo que nombres a mi hermano delante de mí – la zarandeó sin mucha energía y la tomó el mentón con una mano –No-vuelvas-a-nombrarlo.
En cuanto la soltó Mariana se escabulló pasando juntó a él con rapidez. Estaba asustada.
Nunca había visto al hombre tan furioso. No pudo evitar que sus ojos se abnegaron en lágrimas sin embargo no dejó que ninguna de ellas se escapara de sus ojos. Se acarició el mentón donde él la había agarrado.

-¿Te he hecho daño, Mariana? – la dijo arrepentido dando un paso hacia ella.

-¡No te me acerques! – gritó. No, no la había hecho daño pero si él sufría pensando lo contrario que lo hiciera. – No vuelvas a tocarme nunca más.
El sollozó que dejo escapar en el corredor no fue fingido.

Peter se sentó en el diván dejándose caer. ¡Cuando las cosas parecían ir bien entre ellos siempre ocurría algo!
No culpaba a Rocio, claro que no. Ella era así, e incluso había pensado que de esa forma lo ayudaría en algún sentido. ¡Pues bien! Ahora sabía que Inés era celosa. ¿Qué iba a ganar con ello?
Y Gastón… que podía pensar de Gastón. ¿Acaso había luchado por ella en algún momento? Dudaba incluso que estuvieran enamorados alguna vez.
Si tan solo pudiera lograr que ella abriera los ojos a la realidad. Que se diera cuenta de cuánto la amaba. De cómo se le encendía la sangre cada vez que la veía sonreír. Pareciera que nada de lo que hiciera estaba nunca bien. No sabía cómo actuar frente a ella. 


Mariana salió de la estancia sollozando e incapaz de continuar reprimiendo el llanto. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, empapándolas. No tenía muy claro por qué estaba llorando de aquella manera. Habían sido demasiadas emociones para su primer día de matrimonio y las sensaciones que comenzaban a nacer en ella cada vez que se encontraba con Peter eran intensas y contradictorias.
Quería creer sus propias palabras, cuando le había asegurado que no le importaría que tuviera todas las amantes que deseara, pero en su fuero interno sabía que no lo aceptaría. No soportaba la idea de imaginar a Peter en brazos de otra mujer, pensó sorprendiéndose a sí misma.
Sintió ganas de gritar de frustración y con el dorso de la mano se limpió, con rabia, la humedad del rostro.
Entró en el dormitorio y cerró con un sonoro portazo.
Consiguió desprenderse del vestido sin ayuda. Aunque tendría que mandarlo a reparar, lo había desgarrado ligeramente con sus impetuosos tirones.
Cuando se metió en el lecho estaba un poco más relajada, pero su cabeza continuaba dándole vueltas a mil y una preguntas sobre sus sentimientos, sobre los de Peter, sobre su futuro...
Poco a poco sus ojos se fueron cerrando, el agotamiento, tanto físico como emocional, consiguió dormirla antes de lo que ella misma hubiera sospechado.


Continuará…

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